Descripción
Cansado de tanta iniquidad, el Senador estadounidense Ernie Chambers llevó a Dios a los tribunales de justicia hace algunos años. Enjuiciar a nuestro Creador es el pretexto, pero también el hilo conductor de este ensayo de filosofía de la religión que recorre, desenfadado a trechos, los argumentos sobre la existencia de Dios así como la aceptabilidad moral y política de las creencias religiosas. Sin embargo, tras los argumentos de su autor late una transformación personal que le ha llevado a alejarse del ateísmo más combativo y frustrante para proponer, a cambio, un ateísmo comprensivo y conciliador. Puesto que todos necesitamos dotar de sentido a nuestra existencia y guiar nuestro quehacer moralmente, existe un sentido relevante en que no podemos renunciar a lo sacro. Desde esta perspectiva, el ateo no sólo no puede estar contra la religión, sino que requiere de una, la suya propia y atea, para defender su posición. Desde este punto de vista, el aire atrabiliario que envuelve a muchos ateos quizá haya menoscabado su propia causa. Si lo que buscamos es una convivencia pacífica y armónica, entonces conviene subrayar aquello que compartimos. Más allá del más allá, nuestras diferencias no son tan profundas en estos asuntos, como se desprende de una conclusión final: todos somos agnósticos, porque nadie sabe a ciencia cierta si Dios existe; todos somos ateos, porque incluso el creyente lo es con la única reserva de su propio Dios y todos somos, en fin, personas religiosas, porque pensamos que hay cosas que no podemos hacer. Seguramente, nuestro verdadero enemigo no acecha desde el más allá, sino agazapado en nuestros corazones: se trata de la indiferencia y la atonía moral.